Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de Manuel Alcántara y Fundación Manuel Alcántara.
Índice.:
Biografía
Soneto para empezar un amor
Vivir
El vino de los muertos
Espejo
Me busco por el tiempo
Aclimato mi aliento
Antiguo presente
Dios
La palabra de Dios
Oración
Hombre
Arcángel de pereza
El poeta pide por su voz
El embarcadero
La travesía
El desocupado
Aviso urgente a los navegantes
Volver al aire
Hablo de un río y de un hombre
El viajero
Canción 1
Canción 2
Canción 3
Canción 4
Canción 5
Canción 6
Canción 7
Canción 8
Canción 9
Canción 10
Canción 11
Canción 12
Soneto para pedir tiempo al tiempo
Soneto par pedir por mis manos
Soneto para pedir por un amor
Soneto para pedir por los recuerdos
Soneto para pedir por los hombres de España
Soneto para pedir por los amigos muertos
Soneto para pedir perdón
Soneto para pedir saber a que atenerse
Empieza la noche
Las palabras
Las doce menos cinco
La casa en la tierra
Una sola palabra en medio de la noche
Hay una mujer en el sur
Sobre la mesa
Plaza Mayor
Salamanca
Corto piropo a todo el cantábrico
Sin salir de casa
Rezos al campo
Vuelta a la mar de Málaga
Hombre de arcos y tiempo sur
Frente a frente
Carnet de identidad
Bulevar
Juegos de hombre
Soneto para acabar un amor
Radiografía
La tarde
Zona verde
Como una oración
Este jueves depende de tu boca
Yo tuve el corazón capaz de lluvia
En busca de una persona
Telegrama a Bécquer
Mira qué cosa tan rara
Amanece
No sabe el mar que es domingo
He venido a buscarme
Dios piensa que es de mal gusto
Porque el mar se desprende de las olas
Lo que tenga que pasar
El mar no puede morir
Estas palmeras de entonces
Si otros no buscan a Dios
Suelo primero del parque
No digo que sí o que no
Se me perdió la esperanza
Con el campo entre dos luces
No pensar nunca en la muerte
Ponte una mano en el hombro
Yo puedo perder el tiempo
Averigua quién te dio
Estaba ayer tan borracho
Viendo a la muerte venir
La larga inexperiencia
Si vivir consistiese en darse cuenta
Excusas a Lola
Al ruido del agua en un cántaro que fue de mi abuela
Un muerto reciente hace sus primeras declaraciones
Abderramán III, poco antes de morir, hace confidencias
Niño del 40
Lo mejor del recuerdo es el olvido…
Málaga naufragaba y emergía…
Manuel, junto a la mar, desentendido;
yo era un niño jugando a la alegría.
Ahora juego a todo lo que obliga
la impuesta profesión de ser humano,
y a veces, al final de la fatiga,
enseño a andar palabras de la mano.
Ser hombre es ir andando hacia el olvido
haciéndose una patria en la esperanza;
cuerpo a cuerpo con Dios se está vendido
y a gritos no se alcanza.
(Dentro de poco se dirá que fuiste,
que alguien llamado así, vivió y amaba…)
Ser hombre es una larga historia triste
y un buen día se acaba.
Desde mis veinticinco historias vengo.
Nada me importó nada.
Pero cualquier capítulo lo tengo
miniado en letra triste y colorada.
Un hombre hecho y deshecho
os habla. Soy distinto cada año.
Tengo un desconocido por el pecho.
Sí. Miradme a los versos. No os engaño.
Tengo el sombrío bosque de la frente
esperando que llueva;
mientras, el alma suena bajo el puente,
y cuando el alma suena es que a Dios lleva.
Vuelvo a andar el camino desandado
y en mi paso resuenan las cadenas.
Recuerda el corazón acostumbrado…,
¡qué buen fisonomista de las penas!
Unas pocas palabras me mantienen:
duda, esperanza, amor… Siempre me pierdo…
Amor, duda, esperanza… Siempre vienen…
La ilusión, si la he visto no me acuerdo.
Lo mejor del recuerdo es el olvido…
Málaga naufragaba y emergía…
Manuel, junto a la mar, desentendido;
hubo una vez un niño en la bahía.
Y un hombre hay de pie sobre mis huellas,
indefenso y sonoro, a ras del suelo,
que se irá mientras hacen las estrellas
propaganda de Dios allá en el cielo.
Manuel Alcántara
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Ocurre que el olvido antes de serlo
fue grande amor, dorado cataclismo;
muchacha en el umbral de mi egoísmo,
¿qué va a pasar? Mejor es no saberlo.
Muchacha con amor, ¿dónde ponerlo?
Amar son cercanías de uno mismo.
Como siempre, rodando en el abismo,
se irá el amor sin verlo ni beberlo.
Tumbarse a ver qué pasa, eso es lo mío;
cumpliendo años irás en mi memoria,
viviendo para ayer como una brasa,
porque no llegará la sangre al río,
porque un día seremos sólo historia
y lo de uno es tumbarse a ver qué pasa.
Manuel Alcántara
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Vivir se va quedando sin campanas,
la esperanza no tiene que ponerse
ni la muerte un lugar donde caerse…
¿Quién le cerró a la vida las ventanas?
Que me expliquen por qué no tienen ganas
los antiguos caminos de moverse;
ya no queda ninguno en que perderse
y me quedan que estar muchas mañanas.
Por una herida múltiple respira
mi voz y en la baranda estoy de codos
pensando en el final de la tragedia.
Qué le vamos a hacer. Si bien se mira,
con el día y la muerte estamos todos.
Mal camino. Si Dios no lo remedia.
Manuel Alcántara
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Recuerdo el porvenir. Todo se sabe.
Lo que me espera es una vieja historia;
la muerte empezará por la memoria,
a vivir le echarán tierra y un ave
volará, dicen (mucha duda cabe).
Lo demás nada importa, es trayectoria;
lo demás es dar vueltas en la noria.
Tenerse que morir, es lo grave.
El silencioso vino de los muertos
diariamente me bebo trago a trago
con la incontable sed de los desiertos.
Todo para acabar donde se empieza;
ya no sé si es vivir esto que hago
la muerte se me sube a la cabeza.
Manuel Alcántara
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Tiene sangre de estatua
la imagen del espejo.
Me estoy mirando enfrente
sin salirme de dentro…
(Entre la sangre plana
acuñando secretos,
el espejo no tiene
sitio para el misterio.)
Me estoy mirando enfrente…
Parezco mi recuerdo.
(El espejo regala
al ciego que está dentro
biseladas y frías
monedas de silencio.)
Me estoy mirando enfrente
y tampoco me encuentro.
Manuel Alcántara
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Me busco por el tiempo que he perdido
y en las hojas de ayer del calendario,
pero no encuentro al alma por mi almario
ni rastro de aquel viejo conocido.
El que yo fui, ¿por dónde se habrá ido?
Quiero saber de mí. Es necesario
conocer a quien trato en este diario
escribir las memorias de mi olvido.
La aventura pequeña de ese barco
que hace su travesía por un charco
sabiendo que a babor nadie contesta.
Bebiendo estoy mi vino y mi pregunta.
Penas y dudas. Todo se me junta.
Y Dios da la callada por respuesta.
Manuel Alcántara
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Aclimato mi aliento al desencanto
y acostumbro mi tiempo a la deshora;
resido en la memoria, esa sonora
habitación cerrada a cal y canto.
Ser hombre es la tarea que levanto,
ésa mi ocupación desoladora,
que se guarda la pena y nunca llora
porque sabe que nunca es para tanto.
Yo vine para ver oscuridades,
viajo del corazón a la cabeza,
minero del metal de las verdades
y sé que la verdad siempre se esconde.
Llamo ante la sombría fortaleza…
(Por más que llamo nadie me responde.)
Manuel Alcántara
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Tengo un niño olvidado en la memoria
antiguamente joven como un río;
regresa de un remoto tiempo mío
tan lejano y azul como la gloria.
Inconcretas noticias de mi historia
me trae hasta la puerta un viento frío;
volviendo están los vilanos de otro estío
y agua pasada muévese en la noria.
El porvenir de ayer es ya recuerdo
y el niño nunca sabe dónde empieza
el día de mañana cada día.
Niño que se perdió como me pierdo,
pensando que no es buena mi tristeza
y no vale la pena mi alegría.
Manuel Alcántara
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Creer en Dios es nieve y se derrite
sobre el hombro cansado de la espera.
Creer en Dios, ¡ay Dios!, qué fácil era,
pero el eco de Dios no se repite.
Dando traspiés el alma, caes y te
levantas, ¡qué remedio!, y ni siquiera
duele. ¿Dónde anda Dios? Si lo supiera…
Y Dios sigue jugando al escondite.
Esperemos. Silencio de Dios suena
en la oquedad del hombre. Siegan hoces
de frío el frágil vuelo de aquel ave
que distraía el paso a la cadena.
Tengo miedo y escucho. Suenan voces.
Serán de Dios. No sé. Cualquiera sabe.
Manuel Alcántara
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La palabra de Dios suena en el tiempo.
La palabra de Dios
resbala por las piedras y me llega
a través de los hombres,
acomodada por sus manos, fría,
extrañamente turbia, inexplicable.
La palabra de Dios suena en el viento.
Tu palabra, Señor, como una lágrima
que suspende tu mano sobre mí,
se queda por el aire
a mis alzados brazos imposible.
Desde el barro, mi solo consejero,
levanto una columna de preguntas
sosegadas y oscuras como un humo
que hasta Ti asciende ingrave
manchando la pared de la mañana.
Tú tenías la voz innumerable
lo mismo que la lluvia,
y oficio de la tierra era mojarse.
Tú tenías la voz alegre y blanca
de la lluvia tendida por las piedras.
¿Qué ha pasado, Señor, después de aquello?
¿Qué me ha pasado a mí que no te entiendo?
¿Y a Ti qué te ha pasado?
¿Qué ríos o qué espadas se han alzado
cortándome, ahogándome tu lluvia?
¿Por qué me dejaste tu palabra oscura?
Remotamente duro es tu silencio,
callas como una estrella.
(Dios sigue estando, claro, pero arriba.)
Señor, yo no te tengo más que miedo.
Necesito que grites,
quiero tu resplandor sobre mi frente
o en el hombro tu mano azul y eterna.
Quiero vestirme de palabra tuya
para andar abrigado hasta tu tiempo.
Cuando Dios nada dice es que algo pasa.
(Con silencio de nieve sobre nieve,
la palabra de Dios está cayendo.)
Compréndeme, Señor,
te ando buscando a ciegas
y hasta mis labios viene
tu ruidoso silencio inmerecido.
En esta oscura búsqueda no encuentro
ni manos que me lleven
ni viejas catedrales que me sirvan.
Contra esto nada sirve,
quizá el camino andado de quererte…
Y en mi insignificante trascendencia,
levanto un haz de sangre o de preguntas
y un eco de silencio me responde.
La inextinguible duda se me ha vuelto
incertidumbre crónica y dormida.
Testimonio de Ti son estos gritos
y esta terca esperanza que sostengo
en la aplazada tierra de mis brazos.
Latente, inexorable,
¿acaso miro a Dios pensando al Tiempo?
Me surgen las preguntas exentas de reproche
porque, después de todo,
Tú me diste esta voz con que te llamo.
Alguna vez, Señor, ¡gracias a Dios!,
todo se olvida y crezco en el presente.
Roja paz de la tierra con destino de nada,
y el alma candidata a permanencia.
Entonces me dan ganas de hablarte de mis cosas.
De nimios pormenores de mi vida
de criatura de Dios, contigo a cuestas;
de la pequeña historia de mi sangre,
de la territorial desesperanza
de este desconocido en el que habito,
de mi roja alegría inconsecuente,
de todo lo que pienso.
Porque es mucho misterio para un hombre
este que transportamos por la frente.
Exiliados de Ti, siempre ignorantes,
sintiendo tu inminente lejanía,
ni las cosas del mundo conocemos.
La sed, ¿es un silencio propagado
que convierte los pájaros en tierra?;
y el agua, ¿es un milagro demasiado
visible y repetido?
Porque uno sabe menos cada día.
Y Tú estás a lo tuyo:
organizando estrellas,
decretando la lluvia,
ordenando crecer a tantos árboles,
como si nada…
De todo quiero hablarte,
incluso del cristal de mi ‘Dios mío’
siempre en los labios frágil y purísimo.
(Tú no puedes decir nunca “Dios mío”.)
Antes que vuelva al barro y me transforme
en tierra oscura y patria,
antes que se conviertan estos huesos
en minería de la muerte,
yo, próxima materia de la gleba,
quiero saber de Ti por tu palabra.
Cuando Tú me inaugures
una inmortal costumbre decisiva,
cuando la sangre cese
y te entregue esta muerte hereditaria,
me enteraré de todo.
Mientras, aquí me tienes,
ocupado yo solo en mi consuelo,
equivocándome, intentando nada,
atareado con esto de vivir…
Manuel Alcántara
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Un hombre soy de tierra.
Tierra oscura plantada de esperanza,
pobre tierra que piensa.
Mi voz involuntaria de testigo,
rotundamente humilde, no traspasa
la frontera de Dios, con tanto ruido.
La vida se me ha vuelto una pregunta.
Sin entendernos, Dios y yo, distintos,
llevamos nuestras soledades juntas.
Mi voz va por el aire,
tierra de Dios, sus voces
cruzan mi corazón, tierra de nadie.
Y estoy, como las islas,
rodeado de Dios por todas partes.
La muerte es una víspera.
Solidario de todo
(yo sé que nada vale la alegría),
trato con mi contorno.
Esa orfandad hereditaria
que cada hombre recoge cuando nace,
torna en mi voz desocupada.
Sigo esperando como siempre.
¿Dónde empieza el silencio interminable?
Un hombre soy de tierra y Dios no llueve.
Manuel Alcántara
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Iba alegre o sombrío
(según a Dios le diera),
extrañamente humano, como un árbol.
Iba como cualquiera. Sin saberse.
Días –primero plumas, luego piedras-
le cansaron la voz y las pestañas,
le llenaron de fechas la cintura.
Buscaba a Dios sobre todas las cosas,
invocando su santo nombre en vano.
Habitado del alto desconcierto
de sentirse incompleto,
moría, mucho a mucho.
La sangre le fluía, litoral y encrespada,
del todo irresponsable.
Vio la tierra sin ríos y los cielos sin nadie.
Por eso nunca supo si rezaba
al querer a los niños
o al decir aquel nombre de muchacha
o palabras hermosas como “vida”,
“mañana” o “todavía”.
Otras veces pensaba que ante un hombre
Dios deberá sentirse
abrumadoramente responsable.
Amigo y partidario de su sombra,
se amaba demasiado
el hombre del que os digo.
Pero lo hacía todo de muy buena esperanza.
A veces, se alegraba. Entonces iba y daba
todo a manos vacías y tiraba
la alma por la ventana.
Transitorio en sí mismo iba cruzando
íntimos territorios de su pecho,
donde un reloj de sangre le medía la sombra.
Agua pasada le mojaba
para siempre el camino.
Ahorcado de los cielos,
cualquier inútil piedra le crecía
el presupuesto de ternura.
Herido por la mística indolencia
el pecho vulnerable,
deshojado en oscura juglaría,
miraba todo con ritual desgana,
con los ojos fluviales desatentos
por la andadura larga y heridora…
Edificado barro trascendente,
la tierra inhóspita sostuvo un hombre,
puro presenciador de las estrellas,
encendido en palabras,
al hombre su ternura numerosa…
Manuel Alcántara
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Un arcángel me ronda indiferente,
oigo sus alas cerca de mi aliento;
un arcángel me ronda, yo lo siento
con el peso del aire por mi frente.
Él me enseñó a decir «inútilmente»
y a darle los propósitos al viento;
su espada, del metal del desaliento,
se hunde en mi voluntad desobediente.
Arcángel rondador de la desgana,
que se lleva el dolor que no me tomo
para traerlo el día de mañana…
Sujetas van las penas por las bridas,
enjaezadas, dolientes, nobles, como
las mulas al final de las corridas.
Sólo la ociosidad es mi tarea.
Las morunas naranjas, gajo a gajo,
vierten su antiguo zumo, y en el tajo
se ha vuelto perezosa la pelea.
Si esto es vivir, que venga Dios y vea
cómo ando con la vida cuesta abajo…
Que cuesta estar de pie mucho trabajo
para después marcharse adonde sea.
El naufragio que llevo entre las sienes,
que es verdad que no cabe en cualquier río,
me trae a mal traer… Y aquí me tienes
contándole una historia a los desiertos,
machacando la vida en hierro frío,
hablando de la muerte con los muertos.
Lo sabe el corazón. Que no se diga
que el corazón no sabe lo que tiene.
Sobre su propia muerte se sostiene
pero la sangre a veces se fatiga.
Cansado y todo dice Dios que siga
habitando el vacío, que se llene
de noches y de nada… Mientras viene
uno se echa a dormir. Pereza obliga.
Con la genealogía de los trinos
cantando está la antigua voz del arte
a la insegura sombra de la suerte,
la memoria se llena de caminos
pero no llegaré a ninguna parte
con este corazón de mala muerte.
Manuel Alcántara
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La voz es la esperanza que se amasa
con sangre de silencios y de ruido,
miedo sonoro, porvenir de olvido,
perro ciego en la puerta de mi casa.
La voz es una llama que fracasa
con su rojo propósito aterido;
en los labios estaba y se ha perdido,
que venga Dios a ver lo que le pasa.
¿Adonde irá mi voz con su estatura
mínima y luminosa de vilano?,
¿quién le presta las alas para el vuelo?
Procure yo en su frágil andadura
que el aire me la lleve de la mano
y Dios no quiera que se caiga al suelo.
Manuel Alcántara
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Baja está la marea —sólo queda
agua para un naufragio—.
Tiene frío
el mar atardeciendo.
Sopla un viento muy poco decidido.
En la lista de embarque
me miro.
¿Quién escribió mi nombre?
¿Por qué lo hizo?
(Cualquiera sabe,
a lo mejor estaba escrito.)
Debe haber mar de fondo: todos llegan
y se van a otro sitio.
De esta orilla se parte.
Esto es sólo el principio.
«Se prohibe varar embarcaciones…»
No hace falta decirlo.
Manuel Alcántara
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Un signo.
Una esperanza escrita
en los aires distintos.
Vivir:
ir alejándose del niño
que traje
conmigo.
Una señal.
Un símbolo.
Unas palabras
excavadas en ciertos campos íntimos.
Un sobresalto
y un laberinto;
igual que para un ciego
la tarde de un domingo.
Pero no importa.
Por este hilo
—si muero—
se saca el infinito.
Por este canto
—si vivo—
sabréis alma
y cuerpo del delito.
Por eso
mantengo lo que digo
hasta que habite —si se habitan—
los aires imprevistos;
hasta que deje
de ser un signo.
Una esperanza escrita
en los aires distintos.
Manuel Alcántara
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Vale lo que su sueño:
lo que pueda valer lo que no sirve.
Vive en un pueblo de preguntas
con torres encendidas
y campanas que tocan siempre solas.
Un pueblo con un río y una casa
y un aire justo para respirarse.
Sin tener que moverse
ha visto, boca arriba, al techo constelado
y al eclipse fatal de la bombilla
que el sueño trae.
Mirando la expansión de la gotera
le vio la cara a la pobreza…
Sin salir a la calle,
solamente asomándose a la puerta,
ha visto
la luminosa raza de los amaneceres,
el crepúsculo y toda su comitiva de colores,
la noche y sus insignias.
Sólo el desocupado
sabe que la pereza es habitable,
que estar tendido tiene parques, puentes,
luna, caminos cortos entre pinos…
Acaso nadie
se dé más cuenta de la vida.
Manuel Alcántara
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Aviso urgente a los navegantes
La mar es un esfuerzo hereditario,
una viña varada por el puerto.
Un arrepentimiento azul, diario,
por tanto y tanto marinero muerto.
La colecta del llanto se establece
en estos territorios removidos
mientras el mar sin nadie se adormece
contando pasajeros sumergidos.
¿Dónde empieza la mar?, ¿dónde termina?
Uva sin fin, pradera emocionada,
campamento de Dios, estambre y mina
para la flor y el cobre de la nada.
Que nadie esté seguro si navega,
que ya no existen ángeles barqueros.
Grumete: mira bien a ver si llega
una nueva flotilla de pesqueros
y avísale a la gente de la brea.
Grumete: si están vivos todavía,
cuéntales de la mar y la marea
por si pueden cambiar de travesía.
La esperanza del mar ha naufragado
dentro del hondo azul de su paisaje:
aviso a todo aquel que esté embarcado
y a la navegación de cabotaje.
Aviso a todo aquel que esté en la vida
y sienta tentaciones de guardarla:
la muerte es una vela bien henchida,
¡nadie puede vivir para contarla!
Sé el cuaderno del mar hoja por hoja;
quiero avisar a aquel barco pesquero:
la rosa de los vientos se deshoja
en las manos saladas de un torrero.
Un torrero de luces indecisas
que vive por la altura de su faro
mirando entre las barcas y las brisas
eso que nunca puede verse claro.
Manuel Alcántara
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Volver al aire que me tuvo un día;
al aire que recuerda con cuidado
el peso que le puse;
al aire donde cabe todo lo que se ponga.
Preguntar por el sitio de mi cuerpo.
Mirar si queda
memoria de mis manos
moviéndose.
O humo del último cigarro.
Ver las paredes aburridas
que aún guardan en su dura superficie
el doliente desgaste que supone
detener unos ojos.
Preguntar y quedarse con la duda
de no saber si al aire que me tuvo
se lo ha llevado el aire
o si era otro el que estaba en aquel aire
que a mí me tuvo un día.
Manuel Alcántara
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Hablo de un río y de un hombre
Se sabía los nombres de las cosas:
el programa del agua por la orilla,
la duración del limo y su tristeza,
la historia de los juncos…
se sabía
las fechas de las piedras arrojadas,
la esperanza del aire cuando silba…
Cada piedra de pétalos unidos
tenía nombre en su memoria limpia;
cada grano de arena, cada hoja
de otoño desterrada y sumergida.
El era el inventor de la corriente,
su más puro y mejor propagandista;
el calendario azul de las mareas,
la nieve proverbial del agua viva
y el resumen del tiempo repartido
entre las soledades de las islas.
A veces se tendía por las márgenes
sólo para mirar correr la vida.
Estudiante del tiempo junto al río,
por las tardes, contaba cada sílaba
de la yerba cercana, cada nube
de agua exilada y quieta por arriba.
Si el silencio apretaba demasiado
sus unánimes manos escondidas,
apuntaba semanas en el agua
para acordarse así de que vivía…
Manuel Alcántara
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Alta está la marea.
El puerto se ha quedado en otro día
y sólo el mar,
la patria de los náufragos,
el mar de siempre, me rodea.
Me sorprendí cuando lo supe:
«Tú eres sólo un viajero.»
(Perdonarán la travesía.
Os digo
que perdonarán la travesía
teniendo en cuenta…)
Mece que mece,
con un vaivén de madre,
el mar duerme sus barcas,
pero un día ha de alzarse hasta los cielos
sólo para que Dios se lo ponga en el índice
como un anillo
y vaya señalando —qué paciencia—
uno a uno a los hombres.
Me sorprendí cuando lo supe:
«Tú eres un pasajero.»
(El mar flota en el mar y pasa por la orilla
como pasan los días por los muertos.)
Manuel Alcántara
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Por la mar chica del puerto
andan buscando los buzos
la llave de mis recuerdos.
(Se le ha borrado a la arena
la huella del pie descalzo
pero le queda la pena.
Y eso no puede borrarlo.)
Por la mar chica del puerto
el agua que era antes clara
se está cansando de serlo.
(A la sombra de una barca
me quiero tumbar un día;
echarme todo a la espalda
y soñar con la alegría.)
Por la mar chica del puerto
el agua se pone triste
con mi naufragio por dentro.
Manuel Alcántara
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Risa, mujeres, agua…
cuando yo me haya ido,
de eso tendré nostalgia.
Yo no tengo madera
de santo ní de barca,
(Cuando yo me haya ido
—qué triste que me vaya—
de esta madera mía
que hagan una guitarra.)
Manuel Alcántara
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El poeta
Ponerle puertas al llanto;
eso era lo que quería,
ponerle puertas al llanto.
De tanto nombrar las cosas
se iba quedando sin nada,
de tanto nombrar las cosas.
Darle palabras al viento
era lo único que hacía,
darle palabras al viento.
Hablaba de la esperanza,
nunca hablaba de la pena,
que hablaba de la esperanza.
Por más vueltas que le daba
nunca supo a qué venía,
por más vueltas que le daba.
Manuel Alcántara
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El poeta habla de soleares, de
la resurreción de la carne.
Cuando termine la muerte,
si dicen a levantarse,
a mí que no me despierten.
Que por mucho que lo piense,
yo no sé lo que me espera
cuando termine la muerte.
No se incorpore la sangre
ni se mueva la ceniza
si dicen a levantarse.
Que yo me conformo siempre,
y una vez acostumbrado
a mí que no me despierten.
Manuel Alcántara
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Para tenerte presente
Si el cristal no se me rompe
en el fondo de este vaso
me encontraré con tu nombre.
Manuel Alcántara
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Bajamar de la desgana:
las olas cerca de mí,
yo lejos del agua clara.
Bajamar de la desgana.
Limito al norte con nadie
y al sur con Málaga.
Amante del agua clara,
de tanto pensarte tengo
la sangre de las estatuas.
Bajamar de la desgana:
las olas cerca de mí,
yo lejos del agua clara.
Manuel Alcántara
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Ya no hay nada que me quede,
que he perdido la esperanza,
y es lo último que se pierde.
¿Ya no la tengo a mi lado?
¿de verdad que la he perdido?
no me hagáis mucho caso…
Yo soy el mismo de siempre,
y me queda la esperanza,
que es lo último que se pierde.
Manuel Alcántara
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Para echarte de menos
Desde que sé que tu aliento
se ha quedado por el aire
estoy bebiendo los vientos.
Manuel Alcántara
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Para encontrarme conmigo
vuelvo a salir a la calle,
calle del tiempo perdido.
Para encontrarme contigo
estoy buscando en el suelo
las huellas de tu sonido.
Para encontrarme con nadie
me pongo a mirar arriba,
¡Dios me ampare!
Manuel Alcántara
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Para llevar mejor la espera
Fíjate lo que me pasa:
esperando estoy que llegue
tu calle que no se mueve
a la puerta de mi casa.
Fíjate lo que me espera
queriendo coger la luna
subido en una escalera
sin esperanza ninguna.
La distancia hasta tu lado
es un camino que tiene
todos mis pasos contados.
Manuel Alcántara
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El horizonte
Si un día se incorporara,
cansado de estar tendido,
¡qué asombro en el agua clara!
Si un día se incorporara.
Hasta puede que llegara
cerca de Dios aburrido
si un día se incorporara.
Manuel Alcántara
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Para andar el camino
Cruza el camino llano
y el campo en carne viva
llevando de la mano
su sombra pensativa.
Cruza el camino llano.
Atraviesa ciudades,
lluvias, mercados, ruidos…
tiene cuatro verdades
y mil pasos perdidos.
Atraviesa ciudades.
Busca la primavera,
esa que no termina,
la que está en la ladera
baja de la colina.
Busca la primavera.
Con el viento de cara
vuelve a cruzar ciudades,
andando, andando, para
dejar sus soledades
con el viento de cara…
El otoño en la acera
y el vino por los vasos;
de aquí a la primavera
no hay más que cuatro pasos.
El otoño en la acera.
La noche se echa encima
del hombre y del camino;
el caminante arrima
su corazón al vino.
La noche se echa encima.
Se le va de la mano
su sombra fugitiva.
Se le va de la mano.
Y hasta el camino llano
se le hace cuesta arriba.
Manuel Alcántara
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Soneto para pedir tiempo al tiempo
El tiempo es un camino para andarme.
(No te engañes. Morir, ay, para ver. Te
quedarás solo, a solas con tu suerte.)
Yo me he echado a dormir para vengarme.
Porque sé que no debo entusiasmarme
con cosas que se acaban en la muerte,
estoy soñando. Cuando me despierte,
no sé si habré hecho bien en despertarme.
El tiempo, con su escaso presupuesto,
se nos va a cada paso, mientras arde
como una rama seca todo esto.
Siempre un reloj aprieta, nos ahoga,
nos coge por el cuello un día y tarde
o temprano nos cuelga de una soga.
Manuel Alcántara
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Soneto para pedir por mis manos
Andan cerca de mí; sólo un momento
antes que el corazón, casi a mi lado.
Han nacido conmigo, a mi cuidado;
se mueven al sudeste de mi aliento.
Cada vez que hablo os digo que las siento
hablar en mi favor. Acostumbrado
me tienen a su peso, a su cansado
modo de repartirse por el viento.
Yo las quiero. Me sirven bien. Y os juro
que han querido tocar hasta el misterio
y el techo del amor, a todo trance.
Un día llorarán. Estoy seguro.
Cuando se pongan a pensar, en serio,
en las cosas que estaban a su alcance.
Manuel Alcántara
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Para poco, lo mismo que la nieve,
llega el amor, si llega, a mi tejado.
Se moja el corazón bajo techado,
miro arriba y resulta que no llueve.
Agua distante nadie se la bebe.
Cuando está el aire más despreocupado,
algo, al nivel del beso, por el lado
donde empieza el dolor, zumba y se mueve.
Beligerante ronda de una avispa,
escandalosamente reiterada,
que a veces hasta logra que me pasme.
Del tal fuego de amor, nada. Ni chispa.
Acaso una ceniza organizada
que puede que algún día se entusiasme.
Manuel Alcántara
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Soneto para pedir los recuerdos
Como el aliento dura en la ventana
hasta escribir un nombre con el dedo;
del mismo modo que le dura el miedo
al aire lastimado en la campana…
Como dura la fecha más lejana
en la historia del tiempo… Así me quedo
en los recuerdos. Pero sé que puedo
perderlos de la noche a la mañana.
Por eso siembro y siembro a manos llenas
sin mirar si los frutos se maduran.
Poblado corazón, de eso te vales.
Los recuerdos te van como las venas:
hacia tu centro mismo. Y allí duran.
Como dura el aliento en los cristales.
Manuel Alcántara
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Soneto para pedir por los hombres de España
Los que le dan al mar la arboladura
de sus sueños, su brújula viajera.
Los que cuentan las cruces de madera
mientras cavan su lenta sepultura.
Los que aprietan el hambre a la cintura
y en el ruedo pequeño de la era
lidian una pobreza de bandera,
más brava cada día y más oscura.
Gentes de la ciudad y del camino,
paciencia y barajar. España es grande.
Yo pido con los brazos bien abiertos
por el pan, por la lluvia, por el vino,
por que el toro de Iberia se desmande,
por que se encuentren cómodos los muertos.
Manuel Alcántara
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Soneto para pedir por los amigos muertos
Yo los llevaba dentro. Los tenía
sobre mi corazón, como un emblema.
Cojo el recuerdo aquí, por donde quema,
por donde la esperanza más se enfría.
Estoy más agujero cada día,
más desierto y más loco con mi tema;
ellos me dan su luz como un sistema
apagado que alumbra todavía.
Se me ha quedado huérfana la mano,
por la mitad el vaso de mi vino,
sin lluvia mi terreno de secano.
Dan ganas de dejar todo por irse
a buscarlos. Conozco ya el camino:
se va por el atajo de morirse.
Manuel Alcántara
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Vean que el hombre es ciego y viene un viento
y yo no sé qué pasa que se queda
suplicando una mano, una moneda,
una mirada cerca del aliento.
Cada vez que me miro me arrepiento.
La vida, ya se sabe, siempre enreda.
Total: que es muy difícil que uno pueda
ir más allá de su arrepentimiento.
Vean que el hombre es ciego y, de improviso,
pierde pie, corazón o mano izquierda,
y acaba resbalando en lo más liso.
Puede pasarle a todo el que camina.
Puede pasarle, incluso, que se pierda,
sin ir más lejos, al doblar la esquina.
Manuel Alcántara
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Soneto para pedir saber a que atenerse
La tierra apaciguando minerales
—el subsuelo anda siempre amotinado—
pone la geología al otro lado
del monte y de las águilas caudales.
Mientras el mar lejano hace señales
—el mar teme morir un día ahogado—
todo el campo se queda al descampado,
al nivel mismo de los litorales.
Y yo por medio. Dándome motivo.
Queriendo adivinar lo que se esconde.
Viviendo, pero más muerto que vivo.
(Por el sitio más roto de mi vida,
aproximadamente no sé dónde,
escucho una campana sumergida.)
Manuel Alcántara
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A veces pasa, si la noche,
que la vida se queda descuidada,
atrasándose más a cada paso,
como esa carta que se lleva, días
y días, arrugada, en el bolsillo.
Duele necesitar el aire que se encierra
entre paredes, duelen las paredes
igual que siempre hacen,
y duele el aire que jamás dolía.
Cosas que no se echaban ya de menos,
de pronto acuden.
Se instalan.
Uno entonces se trata cortésmente,
como si hiciera un rato sólo que se conoce,
se ama con egoísmo, se disculpa,
se atiende las menores sugerencias
con miedo a molestarse,
para acabar pensando
en mendigos que pierden sus monedas,
acuñadas a fuerza de «que Dios se lo pague»,
en naranjas helándose, amarillas,
en poco fuego para tanto pobre
o en los niños que crecen sin que nadie.
A veces pasa que anochece
y uno entonces se tiene más respeto
y sabe que un silencio, o bien unas palabras,
pueden necesitarse igual que una persona,
lo mismo que el tabaco, la camisa
o una bebida fría.
En una lástima muy grande
se participa, y es entonces
que uno se pone al borde de ser bueno.
(Si fuera pescador
echaría la red dentro de un pozo.
Si fuera astrónomo pondría
el telescopio en dirección a un pozo.
Si fuera pozo
dormiría contento de estar en paz y en tierra.)
A veces pasa que anochece dentro
y uno va y se recoge
en las cosas que se tienen más seguras,
en lo que de verdad sirve para la vida.
Claro que siempre
lo malo tira de lo otro,
la noche tira piedras al tejado,
la sombra tira para fuera,
y hasta lo alegre tira para llanto,
como el padre al que dicen que su hijo
se ha puesto bueno de repente.
Manuel Alcántara
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Donde más me conozco empiezan mis palabras.
Quiero escribirme
como se escribe el silencio en las piedras
o la lluvia en las frentes;
igual que el miedo al agua
en el embarcadero.
Quiero ponerle nombre a lo que va conmigo
y quedarme a vivir en ese nombre,
como se queda
en el barro cocido de una jarra
el resumen de un muerto.
Las palabras me llevan a la tristeza siempre.
Las amo porque guardan cosas mías:
antigüedad, amor, aroma…, incluso
los recibos del cuerpo que habitaron.
Ellas me obligan al recuerdo,
como un cigarro a solas.
Cuando las miro acaban por dolerme.
Pero ya digo que las amo.
Por ellas tengo días colgados por el pecho,
pájaros en la noche, amigos que ya no,
aniversarios cada tres minutos.
Desde el principio supe
que son iguales que el silencio,
a su manera.
Ahora están viniendo de puntillas
para que no les oiga la tristeza,
para que no se alarme el hombre al que delatan.
Llegan como un calor entre la sombra,
como un color en medio de la niebla.
Siempre son tristes las palabras
si están escritas.
Aunque suenen canciones por el puerto,
cantes del sur junto a la mar pequeña,
o abiertamente pidan
cosas que necesito más que el aire.
Pero vuelvo a decir que yo las amo.
Y sé que no resuelven nada y son inútiles
como ese número de teléfono
que se ha quedado en la memoria
y que no sirve
ni volverá a servir ya nunca
porque aquella persona a quien llamábamos…
Manuel Alcántara
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Si yo muriera, por ejemplo, ahora,
antes de que el reloj diera las doce…
«Se murió ayer. Lo han dicho los periódicos»,
dirían mis amigos por la noche.
«La familia debió pagar la esquela
porque le conocían desde entonces.»
«No tiene ningún mérito, la vida
es un camino, y tal, que se recorre…
a cualquiera le puede pasar eso,
la muerte siempre está dándonos voces.»
«Y pensar que él quería… y se creía…
Mira cómo acabó. Mira por dónde.»
No se mueve en los libros ni una hoja,
ni se empañan las letras de mi nombre,
(ni siquiera el sonido
de un vaso en la taberna que se rompe
o el vuelo de algún pájaro despierto
cerca de la espadaña de una torre…)
Me he muerto y no lo sabe mi chaqueta.
Desde ahora mismo nadie me conoce.
Mis amigos dirán: «Qué raro es todo,
claro que eso le pasa a muchos hombres.»
Nadie podrá saber lo que pensaba
cuando en aquel reloj dieron las doce.
Manuel Alcántara
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¿Quién mide un palmo más que su pobreza?
Yo recuerdo que en medio de la plaza,
subiendo, a la derecha…
Cinco años, quince, muchos días…
—se iba por una calle hecha con piedras—.
Llovida y dulce tuvo la fachada,
—se iba todo derecho,
saliendo de la infancia—.
Allí la luz, el pan, «dame agua, madre»,
allí un silencio dicho por las claras,
una pared escrita desde entonces,
«verás el día de mañana…».
(Cuando la noche
llegaba hasta la plaza,
se ponían azules los tejados
encima de mi casa.)
Manuel Alcántara
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Una sola palabra en medio de la noche
Una sola palabra, cuánto tiempo
podría resarcirme;
cuánto portal abierto.
Una palabra dicha entre los ojos
que me dejara comprendiendo.
Yo te digo…
y es como si una nieve
se me parara en el aliento.
La noche tiene estrellas
y tiene por delante mucho tiempo.
Si estuvieras aquí,
buscaría un espejo
para verte en mis ojos
y comprobarte, y ver si sigues siendo
igual que yo te sé, con tu cintura
lo mismo que el azúcar en la caña y el viento.
La noche tiene estrellas.
Tú estás durándome por dentro.
Manuel Alcántara
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Para escribir el nombre.
Para escribir, tan sólo, el nombre,
me he puesto a recordarla, paso a paso.
Parece que la estoy viendo.
Recorro la extensión de su mirada,
toco su voz, sus manos,
miro sus pies, su piel, su pelo…
Sus ojos escuchando mucho humo en las iglesias,
su voz especialmente construida
para reprender niños con dulzura,
sus manos (llenas de indulgencias)
temblorosas y rojas como llamas,
su pelo como alberca cuando luna,
y sus pies hacia misa, muy temprano.
Tendría que ponerme sobre el pecho
un emblema de trapo, y ser humilde,
para poder hablar de su paciencia.
Para escribir el nombre la recuerdo.
Hay en el Sur una mujer muy buena
que honradamente espera, honradamente habla,
y cree, honradamente,
que el párroco es un hombre que sabe muchas cosas
y que tiene muchísimo talento.
Una mujer que vive todavía
y que se ha ido haciendo, poco a poco,
agua para geranios si no llueve,
y balcón de geranios para el que está en la calle,
y pan de su pobreza.
Acaso a nadie importe el nombre.
Manuel Alcántara
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Sobre la mesa está: madera limpia,
lento vino, pobreza soleada…
Sobre la mesa están los campanarios,
el domingo en la aldea, los programas
de las fiestas del pueblo,
el tiempo que madura las naranjas…
Sobre la mesa están
los campos labrantíos, las campanas
y los trigales cuando el viento,
el ruido de la patria.
Aceitunas y espacio, muerte y muerte,
España,
sobre la mesa estás desmantelada.
Retóricos azules,
piedras desmemoriadas,
gentes buscando
los atajos del agua…
En el sitio del pan,
en la hora de comer, aquí sentada
estás, madre de tierra, más morena,
más triste que en las últimas semanas,
con tu pañuelo negro en la cabeza,
pensando en hijos, cátedra de lágrimas,
valiente como siempre y bien dispuesta,
acaso un poco más cansada.
Como un río de noche,
como una niña ciega en la ventana,
sobre la mesa estás, viva y terrible,
sangre de toro y tapias encaladas.
Aceitunas y penas,
vidrios rotos del alba
y un mar en cada puerta
te guardan.
Zurcidora del tiempo
que se ha roto, artesana
de tu propio crepúsculo y tu adobe,
sobre la mesa estás, madre y España,
hija nuestra, pensando en otros días,
ocupada en las cosas de la casa.
Manuel Alcántara
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Por los caminos últimos del agua,
por cada carretera polvorienta,
gentes de España.
Leñadores del viento,
tratantes de los campos de la patria;
todos los que crecieron en la aldea
mirando lluvia en la ventana.
Terratenientes de la luna,
jornaleros sin fin de la esperanza,
esperan que se crucen los caminos
y han puesto en las paredes la ancha espalda.
Por cada carretera polvorienta,
por cada acequia turbia de mañana,
por todas partes te he encontrado…
Plaza Mayor de España.
Manuel Alcántara
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Cambiaría la luz, la vid, la sombra…
cambiaría la escarcha
de los campos dormidos,
el techo de las águilas…
Cambiaría la mano
con la que escribo estas palabras,
por una sola
piedra dorada
—tuya, mía, de todos—
de Salamanca.
Manuel Alcántara
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Corto piropo a todo el cantábrico
En esta orilla
se acaba España
¡Qué bien termina!
Algas marinas,
flotando, copan
sus cuatro esquinas.
En toda línea,
el horizonte
se difumina.
Y una llovizna
compensa al mar
su agua perdida.
En esta orilla
España deja
sus tierras íntegras.
No es infinita
la pobre España
y aquí termina.
¡Qué bien termina!
Manuel Alcántara
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Te estoy hablando igual que a una muchacha…
Estoy mirándome en tus ojos
del Guadiana
—si pudiera con él me perdería—
y el agua me sostiene la mirada.
Te estoy hablando a duras penas nuestras…
¿Qué le ha pasado al águila
imperial? ¿Tendrá cielo a estas alturas?
Revuela por los trojes la picaza.
En tu pasado segismundo
un toro «júbilo» se nos desmanda.
Patria de las verónicas y el hambre,
nunca entendí las cosas de mi casa.
Mandamos nuestros santos a la guerra
y a la mar nuestras barcas;
removimos a Roma con Santiago,
a América con Reinos de Granada,
a la fe con el fuego de la hoguera
y a moros y judíos con cristianas…
Ahora estamos aquí: queriendo ser
y subastando el agua.
Te hablo así porque puedo, porque Gredos
le sigue preguntando a la mañana
qué va a ser de nosotros y de ti.
Tantos muertos, ¡a ver quién los levanta!
Posada de emigrantes,
vertedero de razas,
y máter dolorosa.
Acogedora España.
Te estoy hablando a duras penas mías.
No hace falta salir de casa para
hacer balance de lo nuestro:
una meseta digna y desollada,
unos trigales y unos hombres,
con sus ríos, su sol y sus montañas,
desempolvando muertos incunables…
Un mal amor y buenas esperanzas.
Manuel Alcántara
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El campo reconoce las miradas
como el hombre el trayecto de los días.
Camino temporal, encuadernado
por todas las pisadas repetidas,
las horas, como el hombre, como todo,
lo mismo que una lluvia para arriba.
Aquí. Por estas piedras. Junto al cuarzo
duradero y terrible de los días.
Aquí estuvo. Aquí estuve. Por las piedras,
por la cal, por la sombra que decía.
Semanas apagadas como el musgo
o como el limo. Rampas imprevistas.
Bien valen estos campos unos rezos
a ver si ablanda el corazón la espiga:
Ruega tú por nosotros españoles
así en la lluvia como en la sequía,
ahora y en la hora de la muerte.
De nuestra siempre muerte o nuestra vida.
Manuel Alcántara
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(Rincón de la victoria)
Vine a la mar dudando si estaría
donde yo la dejé: junto a la raya
donde la espuma eventual acalla
su antigua discusión con la bahía.
Llegué a la mar. Estaba todavía.
Ella lo mismo y yo distinto. Vaya
una cosa por otra y, por la playa,
vayan las dos en busca de aquel día.
Vine a la mar y me encontré en la arena
—niño llevando cubos a la pena
y palas a la orilla del verano—.
Me hice a la mar, estando hecho al recuerdo,
por perderme otra vez como me pierdo
junto al que fui, cogidos de la mano.
Manuel Alcántara
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Le sobraban los días.
Algunos tuvo de colores claros
y de mirada extrañamente fija.
Otros con agujeros en el centro
para mirar bahías
y los más, señalados en la frente
con una cruz de tiza.
Casi todos nacieron en su pueblo,
entre los ábsides de cales limpias,
junto a pobrezas blanqueadas
con geranios y sol en las cornisas.
Los días repetidos
los despeñaba por la crestería
o intentaba cambiarlos en la plaza
por jóvenes criaturas indecisas.
El manto de la Virgen
y los manteles de la misa,
directamente suyos, le tapaban
muchas cosas perdidas.
¡Cuánto tiempo en las calles y en las casas
para una sola vida!
Con una vara de acebuche
escribía en el polvo cosas íntimas:
«él está aquí, pero las amapolas…»
«¿verdad que sí, Luisa?»
Escribía en el polvo:
«la carne acorralada
que se ofrece sumisa…»,
y se quedaba quieto,
con la vara florida.
Sobre los olivares,
blancura equilibrista.
El Guadalete apenas
y los alcaravanes con sus prisas.
Semanas y aceitunas. Campo y campo.
Cuando se levantaba de las sillas,
dejaba por el suelo
un reguero de días.
Manuel Alcántara
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A Fernando Suárez
Es cosa de mirarse frente a frente
en tu terrestre espejo cada día.
Es cosa de decir: yo te querría
si te fueras haciendo diferente.
Faltan brazos y pueblo. Sobra gente.
Dicen que no hay manera. Pero habría.
Ruedo ibérico. Sangre en romería.
La piel de un toro de cuerpo presente.
Te estoy diciendo, España, que te cuides.
Nadadora de tanto y tanto río,
a ver si aprendes a guardar tu ropa.
Por lo que quieras más, no te suicides.
Yo digo: ¡qué país!, y luego: ¡el mío,
dejado de la mano de su Europa!
Manuel Alcántara
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Nadie avisó. Más tarde o más temprano
se supusieron que lo aprendería.
Nadie me dijo: riega a la alegría,
los muertos son terreno de secano.
Todo lo que me importa está lejano.
Si yo hubiera sabido a qué venía
os juro que vivir —yo que sabía—
no me hubiera ganado por la mano.
Me dijeron vivir a quemarropa:
siglo XX —acordaron—, en Europa,
en Málaga, en enero y en Manolo.
Todo lo dispusieron: hambre y guerra,
España dura, noche y día, tierra
y mares… luego me dejaron solo.
Manuel Alcántara
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Confieso que ha llegado a preocuparme
la manera de ser de las semanas.
En el año 3.000, sin ir más lejos,
importaremos nada.
Nos llamarán «antepasados».
(Una mala pasada).
La vida seguirá, según parece.
Cuando otros anden por las ramas
de un árbol genealógico no ilustre,
seremos las semillas enterradas.
Y la pequeña historia, nuestra historia,
de sabida, olvidada.
Es cierto lo que digo, y, sin embargo,
está bonita la mañana.
El bulevar es hondo como un pecho.
La ciudad de este entonces se me ensancha.
Pasan gentes distintas por la calle.
Cada uno va a lo suyo, que es la nada.
Pasan antepasados.
Hacen tiempo,
hasta que el tiempo los deshaga.
Los preferibles soles ciudadanos
fijan su ancho cartel en las fachadas.
Existe una bahía en un alcorque
y un milagro al final de una muchacha.
Hay un cielo tirante, de tejado
a tejado, con lumbre a sus espaldas.
Entre autobuses y jerseys ceñidos,
hombres cansados vuelven de la fábrica.
Como el recuerdo a las antiguas novias,
el hambre saca brillo a sus miradas.
Pensando en sus teléfonos privados,
un negociante arrienda las ganancias
estrictamente satisfecho
porque tiene la vida asegurada.
Dirigen el desfile los semáforos.
Por las paredes, letras coloradas
ordenan consumir refrescos yankis.
Suena una radio: anuncian los programas
de las guerras más próximas.
Un cura
reparte bendiciones en estampas
a un corro de chiquillos
que alborotan la acera con las alas.
Un lento oficinista está mirando
las tiendas con las manos apagadas…
No estoy perdido en la ciudad.
En las taquillas venden esperanzas
en sesiones continuas
y deportivas algaradas.
No estoy perdido en la ciudad: la quiero.
Hay tierra por la calle y en las casas.
Una espera y un nombre me sonríen.
Una boca pintada
me sonríe en el bar.
Una espera y su nombre. Noches largas.
Mientras ella sonríe, le deseo
una clientela de gestiones rápidas.
Pasan gentes distintas por la calle.
Deseo cosas para todos.
Me gustaría regalárselas.
Al negociante aquel, tan satisfecho,
el revoltoso polen de una acacia:
al lento oficinista
una habitación más para su casa;
a los niños, la acera;
al cura, bendiciones muy baratas;
un trozo de justicia a los cansados
para que lo repartan en la fábrica;
y a la muchacha aquella, que tenía
un milagro al final de lo que andaba,
quisiera regalarle unas ojeras
de esas de al otro día, a la mañana.
Antes que nos dejemos,
de forma horizontal y delicada,
la imposible tarjeta de visita
—el nombre y las dos fechas en la lápida—
ruego por estas cosas
que apenas tienen importancia.
Pasan gentes distintas por la calle.
Sigue estando bonita la mañana.
¿Quién puede acostumbrarse a todo esto
sabiendo que se acaba?
Cruza gente de entonces.
Ciudad de paso. Tierra en cada casa.
Y tú requetemuerto, Eduardo Alonso,
mientras yo bebo mis bebidas blancas.
Manuel Alcántara
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No es lo mismo. De niño se es más fuerte.
Tienes siempre una mano que te guía,
preguntas y responden todavía…
Luego te dejan suelto. Mala suerte.
Dicen que así es la vida. Voy a serte
sincero: no me gusta. No podía
gustarme más que cuando no sabía
eso de que mataras con la muerte.
No te conozco, pero sé tu juego.
Dejadme a mi merced, sonoro y ciego,
con mi amor y mis huesos, todo junto.
Soldado involuntario en una guerra
ya prevista. Aquí pan y después tierra.
Estoy soy y seré. Ya no pregunto.
Manuel Alcántara
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He quemado el pañuelo, por si acaso
se pudiera tejer de nuevo el lino.
Le sobra la mitad del vaso al vino
y más de media noche al cielo raso.
Tenía que pasar esto. Y el caso
es que estando yo siempre de camino
y estando tú parada, no te vi y no
me ha cogido el amor nunca de paso.
Puede que salga a relucir la historia
porque nunca se acaba lo que acaba,
que se queda a vivir en la memoria.
Echa a andar el amor que te he tenido
y se va no sé dónde. Donde estaba.
De donde no debiera haber salido.
Manuel Alcántara
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A Salvador Jiménez
Detrás del bien urdido parapeto
de músculos, tejidos y alegría;
tras la provisional cristalería
de las venas, reside, hondo, el secreto.
¡Qué vocación de muerto en mi esqueleto!
En el cliché de la radiografía
he visto al que seré —quién sabe el día—
el día en el que Dios me ponga el veto.
Me vive en la extensión roja y espesa
un vertical difunto ensimismado,
un huésped mineral de la ternura.
No es que me importe, pero qué sorpresa
que me flote en la sangre un ahogado,
que esté de pie y que tenga mi estatura.
Manuel Alcántara
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Eso es la tarde,
eso es el río
y aquello son los árboles.
Sentado en una silla, en la terraza,
estudiante del aire,
aprendiz de estar vivo
y especialista de su propia sangre,
un hombre —nada nuevo
por otra parte—
ciudadano de Dios
y nacionalizado en medio de la calle,
piensa que se conoce lo preciso
para poder mirarse
por encima del hombro
y querer que esto acabe cuanto antes.
Sentado en la terraza,
inquilino del aire,
un hombre como tú cuando estás solo,
se ha puesto a hacer balance
y atestigua con muertos interiores.
Es otoño y es martes
en toda España. Cobres volanderos,
laminados, revuelan por los parques.
Es un martes cualquiera
de un otoño variable
parado en la mitad de España.
(Hablo
de lo que más conozco: de la parte
que me toca ocupar,
quitándosela al aire.)
Es otoño y es martes y es España.
Cruzan vencejos ambulantes.
El día, poco a poco,
se le está haciendo tarde
a su inventor, al único
que los tiene contados desde antes.
Sentado en una silla, en la terraza,
pienso en islas probables,
miro abajo las sílabas oscuras
del Manzanares
—por cada gota un clásico—
y pienso que no cabe
duda: ese es el río,
esa es la tarde,
ese es el cielo del otoño
y aquello son los árboles
repartiendo prospectos amarillos
por las habitaciones de los parques.
Pienso en otros otoños
que ya no tengo por delante
y en otro viento
surcado de vencejos delirantes.
Pienso en el río
para quedarme al margen.
A mi derecha tengo un paquetito
de esperanzas que Dios guarde;
un poco más allá,
igualmente a mi alcance,
otro paquete con mis treinta años
intransitables.
Hay un aviso:
«Prohibido tocar. Peligro de desastre».
Sentado en una silla, en la terraza,
con los ojos a pájaros distantes,
a no sé cuantos metros de altitud
sobre el nivel incierto de la calle,
un hombre —nada nuevo
por otra parte—
está pensando, en serio,
que es mala cosa hacer balance.
Manuel Alcántara
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Sobre la piel de marzo se ha tendido
con todos sus pecados perdonables;
por sus hombros resbala
el polen de la tarde.
Tumbado sobre marzo, acudiría
a la convocatoria de los aires
si no tuviera dentro un hombre oscuro
siempre desanimándole.
(Se oye la soledad. Descansa el tiempo.
Se ahonda la postura de los árboles.)
Echado sobre marzo, un hombre asiste
a su propio espectáculo variable.
Junto a la yerba nueva, busca, absorto,
las cuatro hojas de un trébol por su sangre.
Sobre la piel de marzo, un hombre quieto,
con los ojos a pájaros distantes,
se escucha ese sonido
que suele hacer la pena al levantarse.
(Oye su soledad mientras contempla,
más honda, la postura de los árboles.)
De buena gana acudiría
a la convocatoria de los aires
si no escuchara ese sonido
de la esperanza derrumbándose.
Tendido sobre marzo, quieto, oscuro,
un hombre reclinado, inexplicable.
Manuel Alcántara
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A Paula
Creo en Dios Padre, Todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra,
inventor de los hombres;
que hizo los pájaros azules,
la nube, la nevada, el río y toda
la familia del agua.
Creo en su única herencia
enterrada en el barro con la ayuda del viento.
Creo en un cielo grande
—Van Gogh lo está pintando de amarillo—
donde puedan mezclarse suicidas y alfareros.
Creo en la abolición de la pobreza,
en la reunión del mar y en el milagro
del tiempo y de los peces.
Creo en la resurrección de las espigas,
en el reparto de la lluvia
y en la felicidad del niño aquel
que se ahogó en la alberca.
Creo en la vida perdurable,
en la unión de los llantos,
en el perdón de lo soñado
y en que después de nuestra muerte
empezará la Edad de las Respuestas.
Manuel Alcántara
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Este jueves depende de tu boca
Este jueves depende de tu boca.
Debes cuidarlo igual que un parque a un niño,
como cuida el otoño cada hoja
y le procura el aire necesario
para que se reúna con las otras.
Mira este jueves. No lo sabe. Míralo
acercarse a nosotros entre sombras
y ocupar la ciudad como un ejército
que no pensara nunca en su derrota.
Será jueves en todo. Está de paso
pero quiere vivir de luces propias.
Entrará en la oficina de mañana,
a mediodía contará sus horas
y se quedará al norte de las cartas
que desde que se escriben son remotas.
Mira cómo se acerca hasta nosotros:
viste de azul y herencias sigilosas,
establece su número y su luna
¡el tiempo siendo jueves en las cosas!
Cuídale tú que puedes, no le dejes
que tal día haga un año en la memoria.
Mira cómo se acerca a la ventana
sin saber que depende de tu boca.
Para pasar un día con nosotros
ha salido este jueves de sus sombras.
Manuel Alcántara
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Yo tuve el corazón capaz de lluvia
Yo tuve el corazón capaz de lluvia.
Ocurría febrero con sus alas
y el tiempo digital nos puso juntas
las manos. Y los ojos y los cuerpos:
toda la tierra que el amor excusa.
Igual que el viento en las banderas altas
se comportó en nosotros esta música.
Me fui quedando acompañado y cierto,
entendido en los bosques de mi jungla,
leñador orgulloso de raíces
que pensaban estar por siempre ocultas.
Lo de siempre se puso a ser distinto:
el mar entero cupo en una urna,
el hielo de los vasos provenía
de una lejana nieve, nuestra y única,
mis manos migratorias se quedaron
a vivir en tu tierra más profunda
y en mi boca, de siempre descontenta,
dimitían de pronto las preguntas.
Presenciadas por dos cambian las torres,
la muerte aplaza sus gestiones últimas
y estar vivo se agita y condecora
igual que el mar sin árboles ni tumbas.
La muerte es como un libro o un espejo
donde uno mira y mira sin ver nunca.
Ven cerca. Más. Que entre los dos no quepa
ninguna muerte ni ninguna duda.
Te hablo desde febrero y desde siempre:
sabemos del amor por lo que alumbra,
por lo que tuerce y acrecienta y rige,
por su forma de andar en la penumbra…
Y así, sobre semanas perseguidas,
izamos con esfuerzo nuestra luna.
Manuel Alcántara
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En busca de una persona
he sido por las calles
con perros y con palomas.
La he buscado por el parque,
detrás de cada palmera
y en cada hueco del aire.
Cerca de la catedral
y en el humo de los barcos
que se acaban de marchar.
Cien ojos por la Alameda
—en busca de una persona—
y mil pasos por la acera.
Llego de noche a mi casa.
Los perros y las palomas
me están mirando con lástima.
Manuel Alcántara
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Mis cuentas no están cabales:
me falta una golondrina
y me sobran tres cristales.
Manuel Alcántara
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Mira qué cosa tan rara
pasé la noche contigo
estando solo en mí cama.
Manuel Alcántara
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Una vez más, reaparece
el día de ayer, ya dado
por muerto y enterrado.
Otra vez desaparece
el silencio y me amanece
otra vez a nuestro lado.
No sé si será pecado.
A mí no me lo parece.
En este día cualquiera
párate a ver cómo canta,
antes que me vaya fuera,
mi corazón en tu mano
y tu boca en mi garganta
por la mañana temprano.
Manuel Alcántara
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No sabe el mar que es domingo.
Se relevan, inmortales,
las olas a cuerpo limpio.
Cada vez que muere alguna
la misma ocupa su sitio.
No sabe el mar que es un náufrago.
Sin reloj y sin amigos,
el mar flota sobre el mar,
ni cómplice ni testigo,
ensimismado en su azul
y ajeno, como Dios mismo.
Mientras va y viene en la orilla
no sabe el mar que lo miro.
Manuel Alcántara
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He venido a buscarme.
Hay un niño extraviado
en medio de la calle.
(Calle de la Victoria,
Plaza de la Merced.
La mitad de mi historia
ni yo mismo la sé).
Su cintura de corcho
en los Baños del Carmen
y el mar de aquel entonces
nadando en las postales.
Por mucho que me cueste
yo tengo que encontrarme.
Al viento que era mío
no se lo lleve el aire,
quisiera respirarlo
antes que fuese tarde.
Hay un niño extraviado
y he venido a buscarle.
No puede andar muy lejos
porque esta era su calle.
(Calle de la Victoria,
Plaza de la Merced.
La mitad de mi historia
ni yo mismo la sé).
Manuel Alcántara
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Dios piensa que es de mal gusto
Dios piensa que es de mal gusto
ocuparse de nosotros.
Se te habrá pasado el susto
cuando en tu hueco estén otros.
Mejor es que no hagas nada.
Como vives, aún no sabes
que la puerta está cerrada
por más que tengas las llaves.
Ponte a vivir como loco:
ama, ríe, bebe, olvida.
Puesto a vivir todo es poco
por más que dure la vida.
Manuel Alcántara
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Porque el mar se desprende de las olas
Porque el mar se desprende de las olas
sólo para cumplir sus propios fines.
Porque nadie que viva todavía
tiene derecho a establecer sus límites.
Porque en el Sur terminan mis designios
y el alma es inmortal mientras se vive.
(Porque tienen estiércol de gaviotas
llegan a ser tan blancos los jazmines).
Manuel Alcántara
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Lo que tenga que pasar
hace mucho que ha pasado.
El tiempo se ha vuelto atrás.
El tiempo se ha vuelto atrás
y ya no hace lo que hacía
cuando era menor de edad.
Cuando era menor de edad
el tiempo se parecía
a la lluvia sobre el mar.
Manuel Alcántara
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El mar no puede morir.
Se quedará navegando
aunque no haya nadie aquí.
Que no, que el mar no se muere,
que no se puede morir.
Seguirá que va y que viene,
yendo y volviendo a venir
cualquiera sabe hasta cuándo.
Hasta que encuentre por fin
la playa que está buscando.
Él no se puede morir.
Se quedará navegando
cuando no haya nadie aquí.
Manuel Alcántara
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Estas palmeras de entonces
a pesar de las semanas
me saludan por mi nombre.
El sol se anda por las ramas
y el aire no sé por dónde.
Yo no puedo con mi alma.
Estas palmeras conocen
al niño aquel de la playa
que tuvo que hacerse un hombre.
Manuel Alcántara
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A Alejo García
Si otros no buscan a Dios
yo no tengo más remedio:
me debe una explicación.
Manuel Alcántara
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Suelo primero del parque,
ramas de brazos cruzados,
estaba el puerto tan cerca
que soltó amarras el campo.
Disfrazada de gaviota,
la paloma de Picasso
se bajó de su palmera
y se fue a vivir a un barco.
Navegaron los almendros.
Se hizo a la mar Gibralfaro.
Soles rendidos del parque,
agua de brazos cansados,
todo el que vuelve a su sitio
encuentra por fin su rastro.
Plomo de tiempo en el ala,
la paloma de Picasso
disfrazada de gaviota
deja la mar y los barcos.
Por el mar y por el puerto
confunde el mástil y el árbol.
Luces últimas del muelle,
agua de brazos cruzados,
estaba el tiempo tan cerca
que soltó amarras el llanto.
Donde da la vuelta el puerto
alguna vez me fue dado
mirar al niño que fui
y llevarme de la mano.
La Plaza de la Merced
se llenaba de balandros.
Manuel Alcántara
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No digo que sí o que no.
Digo que si Dios existe
no tiene perdón de Dios.
No digo que no o que sí.
Digo que me gustaría
que Él también creyera en mí.
Yo no le guardo rencor.
Si lo encuentro alguna vez
nos perdonamos los dos.
Manuel Alcántara
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Se me perdió la esperanza
y aquí la vine a buscar.
Por mi tierra y por mi agua.
Que ya se está haciendo tarde
y si no la encuentro en Málaga
no estará en ninguna parte.
Mi pobre tierra no puede
darme lo que estoy buscando.
Nadie da lo que no tiene.
Tampoco puede engañarme:
la conozco desde siempre
y la quiero desde antes.
Yo no culpo a Andalucía,
sé muy bien que a su esperanza
le pasó lo que a la mía.
Manuel Alcántara
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Con el campo entre dos luces
se puso a soñar un día
que era de los andaluces
la tierra de Andalucía.
(Su bandera blanca y verde:
la luna en el olivar
que verá cuando despierte).
Soñaba a la luz del día
y cuando se iba la luz
su sueño ya lo sabía
el pobre pueblo andaluz.
(Un hombre de tantos sueños
tiene derecho a mirar
cómo despierta su pueblo).
Manuel Alcántara
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No pensar nunca en la muerte
y dejar irse las tardes
mirando cómo atardece.
Ver toda la mar enfrente
y no estar triste por nada
mientras el sol se arrepiente.
Y morirme de repente
el día menos pensado.
Ese en el que pienso siempre.
Manuel Alcántara
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Ponte una mano en el hombro,
olvida todo lo antiguo
y perdónate tú solo.
Mírate fijo a los ojos,
sostén tu propia mirada
y perdónatelo todo.
Manuel Alcántara
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Yo puedo perder el tiempo,
que el tiempo que se me pierde
sabe buscar a su dueño.
Yo puedo perder el tiempo,
que el tiempo que yo he perdido
suele volver con el tiempo.
Donde da la vuelta el viento
quise dejarlo olvidado
y él me siguió como un perro.
Manuel Alcántara
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Averigua quién te dio
esas ganas de morirte.
Ha tenido que ser Dios.
Ha tenido que ser Dios
un día que estaba triste.
No tiene otra explicación.
Manuel Alcántara
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Estaba ayer tan borracho
que Omar Khayyán en persona
vino a llevarse mi vaso.
Manuel Alcántara
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A Jorge Guillén
Viendo a la muerte venir
se me fue pasando el tiempo,
ese principio del fin.
Nunca podré comprender
por qué el lento porvenir
ha sido cosa de ayer.
Que a mí se me pasó el tiempo
que me quedaba de vida
desde su mismo comienzo.
Sólo se me ocurre a mí
pasarme toda la vida
viendo a la muerte venir.
Manuel Alcántara
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La larga inexperiencia
que me han dado los años,
la manera de ser
y de apurar los vasos
y eso de distraerme
con un reloj o un álamo,
acaso me permitan,
cuando iba a decir algo,
callarme de repente
y pasarlo por alto.
Ya debo de estar muerto:
todo lo veo claro.
Manuel Alcántara
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Si vivir consistiese en darse cuenta
Si vivir consistiese en darse cuenta,
ganar el corazón, perder el hilo,
mostrarle el pasaporte a los espejos,
ponerse a hablar de usted consigo mismo,
volver por las aceras sin memoria,
demorarse en los labios conocidos,
si vivir fuera sólo estar sobrando,
estar de más, estar más que perdido,
saber que no hay remedio, que los dioses,
famosos por sus sombras y sus signos,
ya planearon sus crímenes perfectos,
sus crímenes sin rastro y sin motivo,
si vivir consistiera en aquel tiempo
en el que no queríamos morirnos,
si vivir fuera ser un extranjero
que llega a amar mucho a un país distinto,
si vivir no tuviese consistencia,
sólo un momento dado y no pedido,
si los muertos se mueren, que se mueren,
nadie, nunca jamás, estuvo vivo.
Manuel Alcántara
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Si yo no te dijera todo esto,
andando el tiempo, alguien te lo diría.
No te puedo mentir a ti, hija mía.
Mira mi corazón: lo llevas puesto.
Siempre tuve un pequeño presupuesto
para el amor. En la melancolía
se me fue lo demás. Si todavía
quedaba algo lo eché en vivir. El resto.
Más vale que lo sepas por mí. Era
bueno y malo lo mismo que cualquiera
pero sospeché un aire diferente
y ante ti a veces me sentí culpable
de que vivir no fuera navegable
y te pedí perdón desde mi frente.
Manuel Alcántara
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Al ruido del agua en un cántaro que fue de mi abuela
En esta jarra escucho la tormenta.
Un siglo sigiloso se incorpora
y por la cóncava oquedad sonora
vacío de semanas se presenta.
Viento de ayer para tenerlo en cuenta,
que al aire le llegó su última hora.
Oigo un antepasado que me llora,
que me llama en el barro que él sustenta.
Tan poco fue este cántaro a la fuente
que nunca pudo ni llorar a mares
ni trasladar un trecho azul de río.
Los años le llevaron la corriente.
Cuando recuerda soles y olivares
le late el corazón de regadío.
Manuel Alcántara
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Un muerto reciente hace sus primeras declaraciones
Fue un mal rato vivir. Un rato amargo.
Lo hice de mala gana y buen talante.
Le puse música a mi propio cante:
ver la vida, nombrarla, hacerme cargo.
Fue un mal rato vivir y sin embargo
recuerdo que era todo emocionante.
Lo digo porque yo no estoy delante:
vivir llegó a gustarme un rato largo.
No daba aquello para más. Sabía
que alguien contaba fechas, día a día,
y la historia veloz se me hizo lenta
mientras llegaba el tiempo de morirme,
pero fue lástima tener que irme
cuando estaba empezando a darme cuenta.
Manuel Alcántara
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Abderramán III, poco antes de morir, hace confidencias
A Juan Antonio Vallejo-Nájera
También en el dolor fui más. Lamento
deciros con retraso que yo era
un alfanje sin fin y una manera
de aceptar mi interior derrocamiento.
No quise divulgar mi sufrimiento
por no haceros la envidia llevadera.
Nadie me conoció más que por fuera,
como al alto ciprés conoce el viento.
El laurel fue costumbre de mi frente,
la mujer de mi noche, el inminente
jazmín bajó los astros a mi lado.
Todo lo tuve. Cuanto el cielo abarca.
Recordad siempre al más feliz monarca:
Abderramán III el desdichado.
Manuel Alcántara
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A Piero Tedde Lorca
Una luz por el parque y el pitido
de un barco que se fue, que se está yendo.
Una luz que conozco y que comprendo
y un barco que partió y que no se ha ido.
Palomas. Y biznagas que han querido
serlo para volar. También lo entiendo:
ser otro y ser lo que estuvimos siendo.
Acaso alguna lo haya conseguido.
Un tranvía de sol con jardinera
y en los Baños del Carmen gran carrera,
concurso entre sirenas y delfines.
No se estaba ya en guerra aquel verano,
mi padre me llevaba de la mano,
yo estudiaba segundo de jazmines.
Manuel Alcántara